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Happy End

13/7/2020

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​

Clara viene a consulta forzada por sus padres.

Reacia a participar.
Preferiría estar tumbada en la cama llorando a pasar por la humillación de ser entregada como pasto (ese es su sentimiento) a las manos de una psicóloga.
 
La entiendo.
Cualquiera en su lugar se hubiera sentido igual.
 
Afortunadamente he aprendido a tratar a los demás como iguales.
Ni por zorro.
Ni por vieja.
Por principios.
 
No me importa la edad que tengas, adolescente o jubilado/a.
Ni el nivel económico, tu estatus social o nivel académico.
Me da igual el número de etiquetas que arrastres cual animal de carga; que te las hayas puesto tú mismo/a (“soy un fracasado”,” no valgo nada”), o te las hayan colocado los expertos en clasificar y calificara los demás (Depresivo, TOC, Ansiedad, etc.…)
 
Me importas tú como persona, como ser humano que busca ayuda o que sufre.
 
Y Clara sufría.
Así que, pasado el primer cuarto de hora en el que la suspicacia la mantuvo en alerta y a la defensiva como un perro de ataque, se calmó y pudimos conectar como dos personas en busca de un destino.
Cada uno del suyo.
 
Clara se fue de la consulta dispuesta a llevar a cabo una decisión que llevaba posponiendo desde hace meses.
No era fácil.
Pero necesario.
Así lo veía ella.
 
Pero como no era fácil, cada vez que daba un paso en esa dirección se alzaban barreras y buenas razones para no hacerlo.
Pero seguía siendo necesario.
 
Tan necesario como salir pitando de una olla de agua hirviendo, si no quieres terminar estirando la pata.
 
No sé si será verdad o no la historia de la rana que, si la metes dentro de una olla con agua hirviendo, salta fuera y se salva; pero si la metes en una cacerola llena de agua fría y la pones al fuego, como el agua se va calentando poco a poco, la rana se acostumbra y sin capacidad de respuesta termina cocida.
 
Tal vez sea mentira, pero a mí me sirve como imagen, como potente metáfora de cómo vamos adaptándonos poco a poco y aceptamos situaciones que nunca hubiéramos tolerado si nos las hubieran presentado todas a la primera.
 
Por mucho que intentes enfriar el agua de tu olla, si está colocada sobre el fuego de la vitrocerámica encendida a todo gas, tendrás pocas posibilidades de escapar.
 
Tal vez necesites de un termómetro que te ayude a medir la temperatura.
 
Tú al final siempre eliges, si quieres saltar o quedarte.
 
Clara saltó.
A la primera.
Decidida.
Convencida,
 
No fue fácil, pero lo hizo.
Al fin y al cabo, de eso se trata.
De hacer lo que te conviene.
De hacerlo fácil, no.
Lo que te conviene, sí.
 
A la semana siguiente,  Claro volvió.
Todavía escocía, pero contenta y orgullosa.
Y con el firme propósito de sentar sus padres en su lugar. 
Pero esa es otra historia.
 
No puedo apagar fuegos ni enfriar las aguas.
Pero si quieres aprender a saltar fuera de la olla en la que te estas cociendo, creo que te puedo ayudar.
 
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