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Una vez a la semana

30/11/2018

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“Un hombre sólo tiene derecho a mirar a otro hacia abajo, cuando ha de ayudarle a levantarse.”  
Gabriel García Márquez
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​Hoy Diego, -El Cebolla, como también le llaman- me pide que escriba sobre el grupo, Jordi secunda la idea y Joan va más allá: "sí y puedes poner mi nombre, no me importa".

El grupo lo formamos quien suscribe y un número variable (en número y personas) que se reúnen una vez a la semana, desde hace diez meses, en un centro penitenciario. Yo entro y salgo todos los jueves, ellos están ahí para cumplir sus condenas, algunos desde hace meses; otros, desde hace años.

El grupo ha ido cambiando, algunos de sus miembros ya no están, bien porque han salido en tercer grado o porque han cambiado de ubicación. Otros se han descolgado y en esos casos tengo que hacer un esfuerzo para no permitir que el resquemor se transforme en sentimiento de fracaso y tomes las riendas. Así que ahí está acompañándome.  Afortunadamente son muchas más la veces en que me he sentido útil y reforzada por el grupo. Pero no se trata de hablar de mí, sino del grupo y su función.

Lo mismo que en la terapia individual, cada uno de nosotros se encuentra escalando su ocho mil, cada uno con su mochila al hombro, cada uno habiendo tropezado en el camino, cada uno con sus heridas e ilusiones. Algunas cumplidas, muchas frustradas.

Desde mi sendero puedo ofrecerles una perspectiva diferente de la que ellos tienen de su camino, no son consejos, no son recomendaciones. Entre todos presentamos otros puntos de vista, material para la reflexión personal con el fin de que cada cual siga su camino por donde mejor pueda. 

Y como yo puedo verte desde la otra ladera de mi montaña me resulta más fácil decirte: "Antonio, ese yunque que llevas al cuello, seguro que te habrá servido en algún momento, pero para subir y llegar a la cumbre tal vez te sea más útil sentar a la ira y sus reglas impuestas por el tiempo y el uso. Como esa que nos contaste un día: “yo no sé parar hasta que no veo sangre.”

“Y tu Joan, con chanclas vas a sufrir mucho para caminar por los senderos de la montaña, qué tal si te calzas botas de media caña. Aprietan e incomodan más, pero para conseguir un permiso y salir a ver a tus hijas, los partes cuentan. Así que mala suerte si no puedes acompañar a tu hija en su primer día de cole. Tú eliges lo que te vas a calzar para gestionar el malestar y la frustración, el sentimiento de injusticia y la rabia”.

“Rafa, sí, la vida es una cabrona y llueve sobre mojado. Sí, ¡hay que joderse! que además de haber sido maltratado por un padre alcohólico, ahora sea tu madre quién te prohíba ver a tus hijas.  Aceptar la decisión judicial que te priva de tus hijas, no significa renunciar a ellas, ni luchar por su custodia. La cuestión es qué haces tú aquí y ahora con tu malestar. ¿Vas a dejar que él también gobierne tu vida, te diga lo que tienes que hacer, te siente en la celda, te encierre en tu rumia y te machaque un día tras otro? Darle vueltas hasta el agotamiento dentro del mismo banco de niebla no te deja avanzar para salir y ver el sol que brilla más allá, y aunque esté lejos muy lejos del calor de tus hijas, te irá templando el frío en huesos y en el alma. ¿Te lo vas a permitir?”
 
“No, Diego, no estás roto, no estás defectuoso, no te creas todo lo que te digan, ni tampoco lo que te diga yo, quédate con tu experiencia, fíjate en lo que sientes, piensas, haces y saca tus propias conclusiones. Que un juez haya escrito en tu dossier que no sabes distinguir ente el bien y el mal, entiendo que lo vivas como una duda que te corroe: ¿estaré bien, estaré tocado, seré normal? Subir tu 8000 con esa losa al hombro va a exigir de ti mucha fuerza y coraje. Normal que te visite la desesperación y la rabia, frente al mundo ya no hablas tú, sino lo que dicen los papeles. No, no ven a Diego, ven al Cebolla, sus cicatrices y sus tatuajes, su pasado. Y ¿tu qué ves, dónde quieres ir, qué es lo importante para ti? No te va a quedar otra que seguir por esa senda con precipicios de cada lado y mirar para adelante dónde está tu hijo, dónde está la calle.”
 
Podría seguir con muchas más historias. Por ejemplo, me emociona el interés de Alejandro y la facilidad con la que deriva, saca sus conclusiones y lo aplica a su situación. Esa es la potencia de los grupos; cuando funcionan, sus miembros se pueden beneficiar de las experiencias ajenas. Me alegra la capacidad que tiene para preguntar sin tapujos ni vergüenza “No sé lo que significa la palabra utopía”, o “no entiendo lo que quieres decir con eso”. ¡Qué pocos profesionales en cursos, seminarios o reuniones de trabajo nos atrevemos a mostrar públicamente nuestra ignorancia escondiéndonos detrás de una fachada de autosuficiencia!
 
Vuelvo todos los jueves a Meco con la misma ilusión a encontrarme con el grupo. Ser voluntaria me ofrece la posibilidad de servir constructivamente a los otros… y llevarme con ello grandes satisfacciones.
 

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