Bien mirado creo sí lo sé. Esa labia, ese verbo fluido, ese acento porteño que arrastra las sílabas como con desgana. Esas historias. Me gustan Borges y Sábato, los cuentos de Cortázar -con las novelas me pierdo-. Me he reído hasta las lágrimas con Les Luthiers y aprendí la palabra “orto“ con el enorme Enrique Pinti. Estoy enamorada de Ricardo Darín, Hector Alterio y de Federico Luppi. Sí, mi corazón es sufrientemente grande y elástico para albergar muchos amores. Me chifla escuchar tangos y milongas, dejarme llevar por el malevaje de su lunfardo, porque, aunque no me entero de nada, me habla. Me releo y, de golpe, me caen todos los años que tengo. Pienso que en la Argentina actual tendrán otros ídolos en estos campos del saber de la vida, pero lo bueno nunca caduca. Bueno, a lo que iba. Me acabo de aficionar a Hernán Casciari. Se ha convertido para mí en una fuente de inspiración, de humanidad, en la que cabe todo, no podía ser de otra manera: la ternura, el amor, la maldad, las fobias, los miedos, … ¡Ah! Qué placer cuando me encuentro con sus cuentos, esas píldoras, esas balas certeras como sólo saben colocarlas los narradores de vidas ajenas, reales o inventadas. ¡Que precisión, delicia y deleite, en la descripción del comportamiento humano! A veces, los profesionales de la psicología nos aferramos a hablar con palabras técnicas para explicar cómo funcionamos las personas, “complejo de inferioridad” diréis algunos, y tal vez llevéis razón. O cuando queremos darnos a entender con claridad, caemos en una escritura penosa, sin colores ni matices, en ocasiones forzada, impostada y artificial. Yo no soy escritora, ni lo pretendo. Ser una autora famosa no está dentro de mis derrotas asumidas. Simplemente sé que no sé escribir, al menos como me gustaría. Sin embargo, lo que hago sí me gusta. Disfruto con ello: ayudo a personas a buscar su camino cuando se sienten perdidas, a salir del atasco, a seguir adelante, a recobrar la pasión, a mirarse en el espejo, a sentir que la vida les golpea en pecho y les pide una oportunidad y, por qué no, otra oportunidad o una oportunidad más. Porque nunca hay una oportunidad de más. Me satisface ver cómo echan a andar por su propio pie. Si quieres probar de verdad, con los cinco sentidos, metiéndote en el fango si hay que meterse, te diría que casi seguro te puedo ayudar. Pero si eres de los que prefieren ganar el partido en vez de salir a pelear la pelota en cada regate, sigue adelante. Lo que te ofrezco, no te va a interesar.
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Hoy te traigo la historia de un amigo. Te cuento un momento de su vida, no toda su vida. Verás como pasa en modo piloto automático, perdiendo el control de lo que hace dejando que la rumia se ponga al mando. A todos nos ocurre alguna vez. Somos humanos, no somos perfectos, no pasa nada. Ahora, si te ocurre con mucha frecuencia, tal vez sea el momento de parar, tomar distancia y preguntarte qué hay ahí, si es así cómo quieres seguir, si hay algo que te estas perdiendo, cómo te sientes cuando te ves actuando así. Ya sabes, no me cansaré de decirlo: el problema no es la rumia, el problema es lo que tu haces cuando se presenta la rumia. Aquí va su historia Mi amigo se llama Ángel. Me recuerda a “la bestia”. La bestia es el nombre del tren que sale en la película Unstoppable (con Denzel Washington, ¡me encanta este actor!). La trama es sencilla, un tren cargado de productos químicos peligros está fuera de control y amenaza la vida de miles de personas. Si la has visto, tal vez hayas sentido la irremediable fatalidad de lo que se avecina. Aunque me pasé la peli haciendo de spoiler para mí misma, intentando rebajar la tensión, el ritmo, la acción y la música me envolvieron de tal manera que sentí que nada, pero nada iba a poder parar ese monstruo hecho de toneladas de acero y propulsado a toda velocidad. Sin frenos. Así es Ángel cuando se lía con lo que le da su cabeza. Le llamo para pedirle un favor y, sin saber cómo -y eso que ya voy sobre aviso-, la conversación descarrila. Sin darme cuenta me veo atrapada en su loca carrera. Palabras y más palabras. El hecho: no le han pagado la factura por su colaboración como consultor. Ángel se plantea un aluvión de posibilidades, ninguna buena para él ni para los demás. Una historia épica con héroe, víctima y villanos. Todo menos dar el paso más simple: preguntar. Preguntar sin presuponer, claro. Sin anticipar respuestas. Porque hay preguntas que matan, porque hay preguntas que afirman. La bestia, quiero decir Ángel, se enfrasca en una conversación con el “otro” en el que él hace las preguntas y tiene las respuestas. Construye una historia en base a lo que su mente le señala como indicios y que ha ido acumulando. Una historia que degenera en una toma de decisiones cada vez más alejada de la realidad, pero coherente con su planteamiento. Y acciones que pueden terminar produciendo aquello que Ángel tanto teme: el rechazo. Es lo que tiene la rumia. Como una planta trepadora, va invadiendo, parasitando el buen juicio, va creando mundos paralelos, un espejismo de la sinrazón. El héroe se convierte en villano, y termina siendo la víctima de sí mismo. Ya lo decía Goya, seguramente que, en otro contexto, pero que a mí me vale para la conclusión: “el sueño de la razón produce monstruos”. Si sientes que tu mente como un tren enloquecido te lleva a rastras por la vida, tal vez necesites parar tú, no tu mente, parar y mirar si realmente quieres seguir en esa dinámica y hacia donde te lleva y de donde te aleja. Niebla espesaEn el post anterior te prometí clarificar la conclusión tan poco intuitiva con la que terminaba: la rumia no es el problema, el problema es lo que hacemos cuando se presenta. No me casaré de decirlo. Así que tal vez lo repita. Y pronto. Te propongo verlo a través de la historia de Amanda. Amanda es una chica joven, valiente, inteligente, decidida, trabajadora, alegre, optimista por naturaleza. Sin embargo, como la mayoría de nosotros, a veces se engancha y se lía con lo que le da su mente. En esos momentos se queda parada con las velas desplegadas y sin rumbo a merced de la olas. Cuando llega Amanda, se sienta y empieza a hablar, sin puntos, sin comas. ¿Has visto alguna vez una boca de riego rota con el agua que sale borbotones? Durante 30 minutos toma aire y sigue, sigue y sigue contándome. Miro el reloj y le digo: “llevamos 30 minutos de sesión ¿Y sabes Amanda? Salvo la anécdota del ictus de tu madre y que tu achacas a la operación de estética que se hizo para estar más atractiva para tu padre, todo, absolutamente todo ya me lo has dicho hace año y medio.
Nada. Dar vueltas sin rumbo. Da miedo. Extenuante. Para salir de este círculo vicioso se necesita una dirección. Aún con niebla, aún con oleaje, aún con el parte meteorológico en contra, tener un rumbo. Afortunadamente Amanda tiene claro lo que le gustaría hacer en la vida al margen de lo que hace para ganarse el sustento. Un proyecto que mantiene en stand by porque no encuentra las ganas y la fuerza para ponerse con él. La disyuntiva está ahí: ¿qué hacer cuando se instala la rumia? ¿Seguir dándole vueltas a lo mismo o poner rumbo a otro destino? Amanda no va a cambiar a sus padres por mucho que se empeñe. Les quiere y no desea darle la espalda a esos dos adolescentes que pintan canas. Amanda no puede encargar un cielo azul, ni hacer que la niebla se levante, pelear contra el oleaje es agotador a la par que inútil. No puede elegir sus pensamientos, no puede evitar sentir miedo, rabia, impotencia o cualquier otra sensación y emoción que se presente. Lo que si puede elegir es hacía qué puerto quiere llevar su barco, hacia dónde vale la pena navegar, aunque eso suponga cruzar tormentas. Lo que si puede elegir es qué hacer. Cuando terminamos me dice que hablar conmigo es como ir a la pelu, que llega con el pelo enmarañado y sale peinada como para la portada de Vogue. Halagador. La sensación de ser útil, de ayudar, es para mí un valor importante. Creo que eso se lo debo a mis padres, entre otras cosas. Eran y son personas principalmente buenas. Pero eso es otra historia. La mayoría de nosotros nos preocupamos, nos enganchamos y nos liamos con lo que nos da la mente. Cosas negativas, ideas circulares, pensamientos que se activan de forma automática. Normalmente, son de corta duración y nos conducen a solucionar problemas. Sin embargo, la preocupación y la rumia pueden convertirse en algo inútil e incluso nocivo. Cuando se convierten en algo frecuente y habitual, y nos mantienen en bucle dentro de un laberinto sin salida. En estos momentos en los que estamos viviendo situaciones amenazantes, peligrosas, inseguras, dolorosas e inciertas, es normal que se exacerbe la preocupación por nuestro futuro. Es normal que nos inunden legiones de dudas acerca de lo que pasará en los días venideros, en forma de preguntas acompañadas de toneladas de miedo y angustia.
Es normal que en estas circunstancias, la mirada se vuelva hacia el pasado y regresemos repetidamente sobre las pérdidas, los fracasos, y a cuestionarnos quiénes somos o a culparnos por lo que hemos conseguido o no.
Sin embargo estas preguntas y dudas, añaden sal sobre la herida, echando más leña al fuego aventando la llama de la desesperación y la impotencia. No obstante, para algunas personas, la rumia no es molesta. Está tan instalada en sus vidas que ni la notan. Forma parte de su idiosincrasia, es su manera de ver la vida y de relacionarse con el mundo. No son consciente del fardo que llevan, ni lo que les limita. Para otras, en cambio, la rumia se convierte en una losa pesada de llevar. Una carga que les aplasta y que deja espacio para poco más. Se convierte en una intrusa, que agazapada, permanece presente a lo largo del día. Está ahí cuando por la mañana abren los ojos y les sigue como una sombra, a veces silenciosa, las más de las veces ruidosa, en una cháchara sin fin. Si tienes dudas de si estás rumiando, párate un momento y plantéate:
En ocasiones resulta difícil distinguir entre si estás rumiando o si estás trabajando para salir de un problema, porque la rumiar tiene dos caras.
Aunque hasta ahora solo te he hablado de la rumia, la conclusión que te ofrezco tal vez resulte desconcertante: la rumia no es el problema. Si paradójico, el problema no es la rumia, es lo que tú haces o dejas de hacer cuando se presenta la rumia. ¿Qué no lo entiendes? Tal vez te falte perspectiva, tiempo para la introspección, quizás necesites parar y aprender a mirar qué te está pasando. Voy a tratar de contártelo a través de historias reales de personas que se han visto atrapadas por la rumia. (Continuará) PS: Si quieres compartir tu experiencia puedes rellenar este formulario. Me pondré en contacto contigo. Tampoco ante el confinamiento,
Hay un montón de artículos, tweets, listas e infografías sobre cómo afrontar el confinamiento. Compilaciones de documentales sobre diseñadores, arquitectura, artistas, etc. listas de museos virtuales, relación de películas, conciertos, óperas ofrecidas de forma gratuita, fondos bibliotecarios y de archivos, etc. Inagotables, inabarcables. Acertadas y oportunas recomendaciones que nos nivelan a todos por un mismo rasero. Pero ¿acaso somos todos iguales? No creo que seamos todos iguales, ni en cuanto a recursos físicos y económicos, ni en cuanto a recursos personales y psicológicos. Los tacos de salida para esta carrera de fondo no se encuentran en el mismo sitio para todos nosotros. Están los que llevan el dorsal de la soledad y el aislamiento, los que visten el del hacinamiento y la falta de privacidad, y los que además, llevan la pesada mochila de la escasez de recursos. Los datos de la encuesta continua de hogares del 2018 del INE revelan que:
Así las cosas, intuyo que el confinamiento no resuena igual para todos.
Personas de la tercera edad o excluidas digitales, que no saben ni tienen los recursos tecnológicos necesarios para establecer un contacto personal alternativo al físico. Y para quienes disponer de un ordenador, de banda ancha, de las aplicaciones y conocimientos necesarios, representan una barrera imposible de salvar.
Quiero creer que la alta presencia de los dispositivos móviles en nuestras vidas (la tasa de penetración es del 114,5%) propicia el desarrollo de un espacio propio. Armados con unos auriculares podemos transportarnos a otra dimensión y recuperar una zona personal e inalienable en la que explayarnos y reconocernos.
Dicen que el coronavirus es un virus democrático que no distingue entre pobres y ricos, entre ciudadanos de a pie y élites gobernantes. Tal vez el virus si sea demócrata, pero la vulnerabilidad de la población no se reparte a partes iguales y el drama de esta pandemia adquiere un tinte siniestro para según quienes. De ahí que por momentos sienta cierta frustración e irritación. En situaciones en las que se ceban: la soledad y el aislamiento, la falta de privacidad y el hacinamiento, la escasez de recursos materiales y de redes de apoyo social, los buenos consejos, aun siendo válidos, para algunas personas, puedan resultar insuficientes cuando no hirientes incluso invalidantes. A la felicidad por la cultura y el autocuidado, y el que no sale de esta más enriquecido, más persona y con más claridad de cuáles son sus valores y lo que realmente vale la pena, es porque no quiere. Cierto, muchas cosas dependen de uno mismo y, aunque siempre nos quede qué actitud elegir para afrontar lo que la vida nos pone delante, el largo camino de llegar a la meta no es ni será el mismo para quienes calcen chanclas que para los que lleven zapatillas de clavos. Quiero creer que esta situación va a facilitar la reflexión sobre la necesidad de diseñar una sociedad más justa y solidaria para todos sus miembros. PS: Mientras tanto, si conoces a alguien dentro de este perfil al que pueda ayudar, te agradecería que el pasaras mi contacto. Lo que le propongo es dedicar 1h atendiendo a sus necesidades. La pérdida de ingresos, el vivir solo, o convivir hacinado no son problemas psicológicos. Lo que sí son problemas psicológicos son la puesta en marcha de según que estrategias de afrontamiento que te alejan más de lo importante, de lo que toca vivir aquí y ahora. Y si has llegado hasta aquí, gracias por tu tiempo. Es un de los recursos más valioso que tenemos. |