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Paso mínimo necesario

30/3/2020

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Dejar para mañana. Parte 4
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Y ahora un consejo no pedido.

Si quieres empezar, plantéate como objetivo solamente dar el paso mínimo necesario (PNM).
 
EL PMN es algo tan fácil de hacer que tu mente no te va a boicotear con su arsenal bien provisto de razones para que no lo hagas.
Es algo tan fácil de hacer que las sensaciones de agobio, pereza, malestar no se alzarán entre tú y la acción como una barrera infranqueable.

Aquí te dejo algunos ejemplos de PMN: ponerme las zapatillas para ir a correr, sacar el chromebook de la mochila para ver qué tengo que hacer hoy, hacer la lista de la compra eliminando comida basura o con alto contenido en azúcares refinados, buscar la dirección del taller donde pasar la ITV, encender la plancha y llenarla de agua, …

Puede que te suene ridículo si ya haces esas tareas sin ninguna dificultad.

Pero también puede suceder que tu mente acostumbrada a boicotear tus buenas intenciones te esté esperando a la vuelta del camino para ponerte la zancadilla.
Así que, identifica lo que para ti es el PMN para la tarea que te propone sin ningún compromiso de acción. Ya decideras después, si lo haces o no
 
Y ahora ¿Qué puede pasar?
Que lo hagas, es tan fácil.

¿Y qué puede pasar si empiezas?
Pues que puede que sigas.
 
¿Y cómo continuar después?
 
Lo que viene después es un ejercicio de aprender a hacer con el malestar y sin ganas.
 
¡Que vaya tontería! ¿Que cómo puedo decir esto?
Pero si no estoy motivado, si no tengo ganas ¿cómo lo voy a hacer?*
 
¿Ves?

Has vuelto a caer en la rueda de las razones para no hacer.

La cuestión es si hay algo valioso para ti en hacer aquello que pospones: disponer de ropa limpia y planchada en el armario, tener un coche con todas las garantías para llevarte a ti y tu familia, saber cómo están tus padres que viven solos en otra cuidad, aprobar el examen de francés, revisar las propuestas antes de la reunión con tu jefe …
 
Hacer con malestar y sin ganas no es masoquismo, es aprender elegir en base a valores, a mover los pies en dirección a aquello que tiene sentido para ti.

La buena noticia es que sí, puedes hacerlo.
La mala noticia, o tal vez no tan mala, es que nadie lo va a hacer por ti.
 
Para hacer ese algo distinto, vas a tener que notar precisamente lo que evitas: abrirte a sentir la pereza, notar las pocas ganas, escuchar las buenas razones que tu mente te presenta y las estupendas alternativas que te ofrece y persistir. Haciendo lo que toca hacer.
 
¿Qué no es fácil?
Probablemente no lo sea, ni yo tampoco te haya dicho que lo fuera.
 
¿Quieres probar y me cuentas cómo te ha ido?
 
 
*Te sugiero leer o releer el post “No hace falta tener ganas para cumplir con tus compromisos”.
 
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Burlando la Ley de la Gravedad

27/3/2020

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Dejar para mañana. Parte 3
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Vivimos en la gravedad.
¿Alguien se acuerda de esto en su día a día?

Cuando se te cae la tostada por la parte untada de mantequilla ¿te acuerdas de la gravedad o de la ley de Murphy?
 
Con las conductas de evitación pasa lo mismo.
Se convierten en hábitos tan presentes que ni nos damos cuenta de cómo actuamos.
 
Así que cuando se plantea una nueva situación, -recuerda que estamos hablando de procrastinación-, volvemos a poner en marcha los mismos mecanismos.
 
¿Por qué?
Porque nos funcionan.

Si una conducta se mantiene, es que funciona. Al menos a corto plazo.
No es un axioma, pero como si lo fuera.
 
¿Cómo hacer para no caer bajo el hechizo del corto plazo?
¿Cómo mantenerte firme en tu propósito sin sucumbir a los placeres inmediatos mucho más atractivos que el esfuerzo y la constancia?
 
Circe, la divina entre las diosas, le advirtió a Ulises que para evitar la muerte y el destino al que inevitablemente le llevaría atender los cantos de las sirenas, se hiciera atar de pies y manos al mástil de su barco y que todos sus hombres rellenaran sus oídos con cera para no caer bajo el encantamiento de sus propuestas.

¿Crees que te funcionaría pedirles a tus padres que te ataran a las patas de la silla para que te quedaras sentado delante de la mesa para estudiar?
Seguro que algunos padres lo han pensado, incluso alguno de nosotros hemos buscado limitaciones para evitar engancharnos a comportamientos que sabemos poco útiles incluso perjudiciales.

A corto plazo, a veces funciona.  Pero hemos renunciado al ejercicio libre de nuestra autonomía, de nuestra libertad.
Y esto a largo plazo tampoco funciona.
 
Entonces, si no es a la fuerza, ¿cómo?
 
Volviendo a la Odisea.
Ulises quiere volver a casa, volver a su reino, reencontrarse con su mujer Penélope y con su hijo Telémaco que no conoce después de tantos años vagando por el mundo.
Ulises tiene una meta, una familia, un reino.
Un sueño, volver con los suyos.

Tiene valores, justicia, coraje, amor, responsabilidad que guían sus decisiones, su lucha, para andar el camino de vuelta por difícil que este se ponga.
 
Y para ti, ¿qué hay de valor en aquellas acciones que emprendes y pospones una y otra vez?
 
¿Qué sentido tiene sacar buenas notas, perder 20 kilos, hacer deporte?
¿Qué valor hay en compartir una tarde con tu mujer para acompañarla de compras?
¿Renunciar a un plan con los amigos porque tus padres están de paso ese fin de semana?
¿Cuidar de tu sobrina para que tu hermana pueda salir con su marido?
¿Quedarte en casa confinado por el real decreto que declara el estado de alarma?
 
Cuando lo que tienes que hacer, no te resulta atractivo y además carece de sentido para ti, hay pocas probabilidades de que lo vayas a ejecutar si no es bajo algún tipo de coerción.
 
Y como ya apuntaba antes, la imposición tampoco funciona a largo plazo.
 
Si quieres ser libre y elegir en base a lo que a ti te importa para desviar las artimañas de los cantos de las sirenas tendrás que prepararte para lo que viene: el momento de la acción (la casilla HAGO del post anterior).
 
Puedes pararte y mirar ¿qué hay a largo plazo que tenga valor para ti?
 ¿Sigue siendo valioso para tí el ser un marido cercano, un padre comprometido, un hijo responsable, un ciudadano honesto… cuando se presentan el aburrimiento, el cansancio, la desgana?

Es en el momento de la acción en el que puedes elegir entre sentarte a hacer los deberes en dirección a aprender y aprobar, sacar buena nota, sentirte orgulloso o mirar un capítulo y luego otro de la última serie a la que te has enganchado en Netflix para escapar del tedio que te inspira la física.
 
Es en el momento de la acción en la que puedes optar por dejar el bricolaje y acompañar a tu hijo al partido de fútbol y socializar con otros padres con los que no compartes afición ni intereses.
​
Es en el momento de la acción cuando puedes escoger entre salir con tu amiga o quédate en casa para echar una mano con las cajas de la mudanza.
 
Renunciar a lo que te gusta y hacer lo que no te apetece no tendría ningún sentido si no fuera porque el hacerlo tiene consecuencias positivas en el largo plazo y en relación con el tipo de personas que quieres ser.
 
Me puedo sentir muy aliviada no quedándome con otras madres en la fiesta de cumpleaños a la que he llevado mi hija porque me aburre las conversaciones de siempre. Pero tal vez tenga sentido para mí que mi hija al levantar la cabeza del juego de bolas encuentre mi mirada y sienta mi presencia. Al menos en alguna ocasión.
 
Si cumplir con lo que tienes delante te acerca a la persona que quieres ser, prueba a ver cómo te va si te das la posibilidad de sentir ese malestar, escuchar la letanía de buenas razones que te apartan de tu objetivo y te pones a ello.
 
 
En el próximo post termino con un consejo no pedido.
​
El paso mínimo necesario.

Si todavía te quedan ganas no vemos allí.
 

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Con gafas de aumento

23/3/2020

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Dejar para mañana. Parte 2

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Te voy a regalar unas gafas de aumento.

Si te acostumbras a llevarlas empezarás a ver ciertas coherencias entre la maraña de “lo que quiero hacer pero no” y la confusión de lo ”que hago pero tampoco me vale”.
 
Pongámonos en situación:
- Yo: ¿Te acuerdas de la propuesta que te hice en el post anterior?
-Tu: Si
-Yo: Genial, vamos a verlo.
-Tu: No
- Yo: Ok, vamos a empezar por el principio.
 
Vete a una situación reciente, o a una que recuerdes especialmente bien, en la que te hayas visto dejando pasar horas, días, incluso semanas, sabiendo que tenías algo pendiente que hacer: una llamada a tus padres, estudiar las oposiciones, salir a correr … Añade aquí tu propia experiencia.

Concéntrate bien y mira lo que pasa en ese momento, como si tuvieras una lupa, como si fueras a escribir un guion de cine para que Almodóvar lo llevara a la gran pantalla.

Si tienes imaginación y te gusta fantasear ponle un título “Lo que el tiempo se llevó” “Mi vida sin mí, cuando tengo que hacer los deberes” “Estoy más hundido que el Titanic” o “Adrián Potter, prisionero de mí mismo”.
Vale ya está bien de divagar.
 
Ahora dibuja en un folio 5 casillas, rellena en cada una de ellas con la siguiente información:
 
Casilla 1: SITUACIÓN
Describe el momento en que tendrías que hacer la actividad. Dónde estás, con quién, etc.
Por ejemplo: llego a casa después de un día en el cole. Meriendo, descanso un poco, sé que tengo que estudiar, estoy solo en mi habitación.
 
Casilla 2: SIENTO Y PIENSO
Ahora lleva la mirada hacia ti.
¿Qué sientes?  ¿Qué pensamientos acuden a tu mente?
Fíjate bien en las sensaciones, emociones y pensamientos.
Vienen todos juntos y a veces son tan rápidos y automáticos que ni nos damos cuenta.

¿Qué sientes cuando tienes que coger el teléfono, o cuando llega la hora de abrir el libro o de hacer la tabla de abdominales? ¿Tienes ganas de marcar el número de tus padres y exponerte a la retahíla de preguntas que te van a hacer? ¿Te apetece llegar a casa y ponerte 1h a hacer los deberes? ¿Apagar Netflix para salir a comprar y a continuación hacer la comida que tus hijos devorarán en dos minutos sin unas palabras de agradecimiento?

Si miras bien, verás que todas las tareas pospuestas tienen un componente en común.  En ellas hay algo aversivo, una molestia, un esfuerzo, pensamientos que te dicen que mejor dejarlo para después, que tendrás más ganas, o que tampoco es tan importante si no lo haces ahora …
Unos y otros, emociones y pensamientos, te invitan a evitar el malestar y alejarte de lo que lo produce.
 
Casilla 3: HAGO
ara eludir ese malestar, tú, yo, todos, hacemos cosas.
Unas veces nos buscamos otras tareas aparentemente de interés como llamar a un amigo que está “hecho polvo” porque le ha dejado su novia y “para eso están los amigos” en vez de salir con tu mujer de compras situación que aborreces o te pones a arreglar las plantas del jardín porque estamos casi en primavera y después será tarde, en vez de llevar los niños a la enésima fiesta de cumpleaños de un compañero de clase…
Otras veces saltamos directos al placer a corto plazo, dando la espalda a lo que nos espera: echarme unas partidas de Fornite, ir a la peluquería que no puedo andar con estas canas, salir a comprar porque no tengo nada que ponerme en el armario, pasar horas en el Instagram mirando lo que han puesto amigos y conocidos y pensando que sus vidas molan más que la tuya.
 
Así que “Rien ne vas plus, les jeux son faits” y le dejamos a la ruleta de las emociones (la falta de ganas, él no me gusta) y al tobogán de las razones (luego lo haré, todavía hay tiempo, tampoco es para tanto) llevarnos lejos de aquellas actividades que tenemos que hacer y no nos apetecen, por otras más placenteras.
¿Te has parado alguna vez a contar cuántas horas se han ido delante de la playstation, cuando días has invertido mirando series, cuanto esfuerzo, mentiras y autoengaño has invertido mirando para otro lado?
Después, frecuentemente nos sentimos fatal, culpable por ser un mal padre, una mala madre, un hijo irresponsable…

Nos juzgamos duramente como incompetente, tonto, egoísta, desarmados frente a nosotros mismos.
No entendemos por qué hacemos lo que hacemos y esa falta de coherencia entre lo que hacemos y lo que deberíamos hacer y lo mal que nos sentimos después, nos desespera y nos llena de confusión y frustración.
Tal vez te hayas dado cuenta o tal vez no. Pero acabo de saltar de la casilla 3 de lo que hago, a la casilla 5, la de las consecuencias a largo plazo: Sentirme mal, culpable, impotente.
Vale tal vez no sea obvio. Volvamos un paso atrás.
 
Casilla 4:  CONSECUENCIAS A CORTO PLAZO
Para entender lo que te pasa tienes que mirar a las consecuencias inmediatas.
 
¿Qué pasa cuando decides hacer otra cosa?
 
Vuelve otra vez a la situación que habías elegido para examinar.
¿Qué sientes cuando te enfrasca en esas otras tareas, INMEDIATAMENTE después de haber renunciado a hacer lo que tienes que hacer?
La mayoría de nosotros sentimos alivio cuando escapamos de aquello que no nos gusta ni apetece y/o tememos (miedo al fracaso, miedo a la mirada de los otros, etc).
Las consecuencias a corto plazo, esas, siempre o casi siempre, son apetitivas, un alivio, un placer, un descanso, o simplemente te resultan menos aversivas que lo que te supone el hacer lo que tienes que hacer.
 
Ayudado por tu “mente generadora de razones” que te dice que ya lo harás después, que total no es para tanto, que tú también tienes derecho a descansar y que la vida no va a ser solo cumplir con las obligaciones, caes en la trampa del corto plazo.
Sí. Ahí lo tienes.
Tu mente es muy sabia y las trampas que te pone se disfrazan de sabios consejos o se viste de autocuidado.
 
¿Quieres saber cómo no caer el enredo?
 
Te espero en el próximo post.
Prometido será el último.

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Dejar para mañana (Parte1)

19/3/2020

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Te ocurre que tienes cosas que hacer y lo vas dejando para después, para mañana, para otro momento que sea mejor…
Que cuanto más lo dejas, más te cuesta ponerte a hacerlo. 
Que buscas excusas y te enfrascas en otras actividades que, sin saber por qué, se convierten en prioritarias y te consumen ese bien tan preciado, el tiempo, que es imposible comprar.

Y resulta que después te encuentras con la misma tarea, con menos tiempo para hacerla y un vago sentimiento de malestar, o un puñetazo agudo de culpa que se convierte en una carga más que llevar.

Y cuando al final te pones a ello, en muchos casos te dices: “¡Si no era para tanto!”.
Así que no lo entiendes, y te preguntas con cierto grado de angustia: “¿Por qué no me pondré a ello sabiendo que lo TENGO que hacer?”

Te haces vagas promesas de que esto no se va a repetir, pero a las primeras de cambio te olvidas y te vuelves a encontrar arreglando el armario cuando tienes que hacer problemas de trigonometría, quedando con las amigas para tomar café cuando tendrías que poner fecha a las revisiones médicas que llevas saltándote desde hace 6 meses, llevando el coche a lavar para dejarlo impecable sabiendo que la ITV está sin pasar, pegándote un atracón de series en Netflix en vez de llevar al día la contabilidad de tu negocio, limpiando la bandeja de entrada en vez de responder al contenido de los emails de tus clientes, limpiando el polvo en vez de planchar la montaña de camisas que amenaza con quitarte la vista a la calle…

La lista es finita, pero no para de crecer, como el caudal de un río que va agrandándose a medida que va recogiendo las aguas de sus afluentes y como el sentimiento de culpa y la sensación de impotencia de que “yo no tengo remedio”.
Pero “tranqui” como diría mi hijo, es una situación bastante común, aunque a unos nos tiene más atascados que a otros. 

A esto de dejar para mañana lo que puedes hacer hoy es a lo que se llama procrastinación.
Según la escueta definición del diccionario de la RAE (Real Academia Española), procrastinar, significa diferir, aplazar.

Y ahora una anécdota personal que me sucedió hace al menos 10 años de cuando trabajaba en una multinacional.
El director de nuestra división, con fama de ser un ogro, reputación que se ganaba a pulso, para darme a entender que tal vez no estaba haciendo lo que tenía que hacer (temas de comunicación a clientes) me preguntó que, “si tal vez no estuviera…” aquí hace una pausa, y me dice “en inglés se dice procrastination, no encuentro la palabra en español”. Como a mí me gustaba ir de listilla recuerdo que le dije “procrastinación, Paco, en español se dice procrastinación”.  Sentí una satisfacción pueril de quién marca un tanto en un partido que tienes perdido de antemano.
Fin de la anécdota.

Desde entonces lo de procrastinación se ha puesto muy de moda y hay infinidad de artículos, estudios y libros que te ayudan a combatirla.

Sí, parece que además de ser felices, tenemos la obligación de ser emprendedores, exitosos, productivos, multitarea, polifacéticos… y para lograrlo necesitamos gestionar mejor nuestros recursos personales, económicos, tiempo…

Así que se asocia la procrastinación como un problema de gestión del tiempo y las soluciones que se ofrecen son del tipo racional, sensatos consejos para que puedas disponer de tu tiempo de manera más eficiente, organizar mejor tus actividades y citas, tener disponibles los recursos necesarios, disponer un plan B etc.
Si no lo has probado tal vez te sea de utilidad*.

¿Pero qué pasa si ya lo has intentado y no lo has conseguido?
Tal vez te ayude verlo desde otra perspectiva.
¿Te apetece?

Continuará en el próximo post, prometido.

PS: Tal vez te estés preguntando si estoy dejando para mañana el terminar este post. 
La respuesta es no. 
Lo he dividido en 3 partes porque me resultaba excesivamente largo incluso para mí que sé lo que quiero decir y a dónde voy. 

Así mejor dosificar tu tiempo y atención dejando para la semana que viene la segunda parte.
Si quieres prepararte para lo que viene, te invito a ir mirando qué te ocurre cuando tienes que hacer y no tienes ganas. 

Es decir:  qué sientes, qué razones y pensamientos aparecen en ese momento, qué haces a continuación y cómo te sientes inmediatamente después, y cómo te sientes a medio plazo. 

¡Buena semana!
​
* Si piensas que no te vendría mal empezar por ahí, dímelo y lo vemos en otra entrada
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